A mis hermanos les dedico la fuerza de la vida. El sabor amargo de cada caída. La fuerza del día, la magia y el encanto de la noche. Las ausencias y las presencias. El devenir de lo bueno con todos sus temores y sinsabores. El encuentro con Dios todos los días. El permitirme ser auténtico, respetuoso y amable conmigo mismo. Sangre de mi sangre, carne de mi carne con el sello divino de la hermandad. Para todos ustedes y sus respectivas familias con el cariño puro de vuestro hermano que tuvo la suerte de ser el mayor.
Gracias por permitirme ser feliz en vuestra amable compañía.
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