Esta tradición que desapareció a finales de los 60, estaba estrechamente ligada al Carnaval de Río, es decir, coincidían en la fecha. 40 días antes de la Semana Santa. En Chile, sobre todo en el norte, se celebraba a todo ritmo desde Coquimbo hasta Arica, con elección de reinas y finalizaba con un baile de disfraces en la plaza principal de cada ciudad o pueblo y el punto culminante era cuando el alcalde de la comuna era lanzado al agua, en la típica pileta de la plaza principal, por una muchedumbre enardecida y poseída por una alegría desbordante. Las calles por donde pasaban las comparsas quedaban tapizadas de papel picado, harina, serpentina y polvos aromáticos cuya fragancia duraba toda la semana siguiente.
Los poblados más pequeños tenían, también, su versión propia de la chaya y Chigüinto, como es de suponer, no permanecía ajeno a esta celebración.
"como en aquellos tiempos,
cuando era chango quiero volver
y sentir en el aire aromas de albahaca pa'l carnaval" ...
Para la ocasión, la mujeres se mandaban a hacer vestidos nuevos para estrenar en esa fecha. Los hombres muy elegantes de cuello y corbata y se bailaba hasta el amanecer.
Chaaaaayaaaaa!!!!!, se escuchaba de cuando en cuando, como una especie de aullido en el silencio de las cálidas noches de febrero. Y era un grito ancestral que hacía eco en los cerros y quebradas de Chigüinto. En ese grito cabía toda la pasión y el sentimiento de esos hombres y mujeres en un ritual de amor y esperanza. Un grito de liberación que llegaba hasta las estrellas. Una melancolía que salía de lo más profundo de la sensibilidad humana, primo hermano del grito del mariachi. Y como dicen los versos de la zamba que he escrito más arriba, se sacudían ramas de albahaca para mojarse unos a otros, tanto para refrescarse como para invitar a una dama a bailar una ranchera con una galantería del más refinado estilo y el ambiente se perfumaba.
Nunca sonaron mejor la guitarra y el acordeón como en esas noches de chaya.
"con música la luna se desvela
y al sol se le hace tarde pa' salir" ...
Hombres y mujeres venían preparados para la conquista. Allí surgían amores nuevos, con miradas furtivas y señas que terminaban con fugaces besos robados a la tenue luz de una cómplice lámpara a parafina. La suerte ya estaba echada: acababa de iniciarse un nuevo romance. Los hombres, caballerosamente, lanzaban polvos perfumados a las mujeres acompañado de gritos de CHAAAYAAAA y el aire se nutría de un aroma incomparable. Los que éramos niños en esos años mirábamos todo este ritual, amparados por la oscuridad de la noche, por entre medio de las brechas que quedaban en las paredes de las enramadas hechas con hojas de totora.
Ahora parece que todo fue un hermoso sueño. Un espejismo que ya no está más. Solamente un grato recuerdo de tiempos lejanos que se fueron para no volver jamás jamás.
" Palabrita 'e Dios que dan ganas 'e llorar,
de sólo pensar que no volverán" ...
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