jueves, 13 de abril de 2006

Welcome to Chigüinto.



"ahora en este momento,

todo parece distinto,

es porque he vuelto a Chigüinto

y por eso estoy contento"...

Estos versos me nacieron en forma espontánea y demuestran claramente el cariño que siento por ese trozo de Chile perdido en uno de los valles del norte chico.

Es que en Chigüinto no es necesario ser poeta para escribir versos. Estos nacen solos, como la hiervabuena que crece en las orillas del río.

Chigüinto es muy especial: Si hace falta alguien que escriba versos salen dos o tres de la nada; si hace falta un jugador de fútbol, salen los once de un solo golpe; si hace falta un músico salen tres, como Don Agustín Campillay, su hijo Benigno y Emmanuel Martínez, acordeonistas como no ha habido ni habrá en el valle. Si hay alguien que toque guitarra. Hay también. Así de simple.

Nos contaba Benigno Campillay que debutó como acordeonista a la edad de 12 años, para una fiesta de chaya, una tradición, que lamentablemente desapareció con el tiempo. Duró hasta la década de los 60. Su padre, Don Agustín, había partido a la cordillera a cazar guanacos y no alcanzó a regresar a tiempo para la fiesta, es decir, llegó cuando estaba en lo mejor. Cansado por el largo viaje, se sentó a descansar en una pirca, a pocos metros de su casa y desde allí se podía escuchar la música. Seguramente trajeron un acordeonista de otra parte, pensó, y quiso saber quién era ese competidor que le había quitado "su trabajo". Y qué bien toca el bárbaro! Cuál no sería su sorpresa cuando al asomarse en la puerta, vio a su hijo pequeño, sentado en un cajón, animando la fiesta y tocando como un profesional.

Mi taita!, gritó Benigno. Me va a castigar, pensó, por haberle "robado" el acordeón, intrumento que Don Agustín cuidaba más que a su propia vida. Pero en vez de castigarlo corrió a abrazar a su hijo y a felicitarlo por haber heredado su arte. Me voy a lavar, cambiar ropa y vuelvo para relevarte hijo, fueron las palabras de Don Agustín, que aún no podía salir de su asombro.

Nos contaba, también, Benigno, a quién en broma le decíamos "maligno", que desde muy pequeño, cuando su padre salía a trabajar, él sacaba a escondidas el acordeón para practicar. Pero nadie le enseñó nada. Un virtud típica de chigüintano. Dicen que cuando el sueño lo vencía en alguna fiesta trasnochada, seguía tocando dormido. Yo nunca vi eso, pero hay quienes aseguran que es verdad.

Macondo no existe, pero Chigüinto sí y está allí, acordonado por grandes cerros y un río que con su magia nos puede transportar a dimensiones desconocidas, que se han ido disipando con la llegada del progreso. Todo era diferente cuando no había luz eléctrica, ni camino pavimentado, ni buses que van y vienen dos tres veces al día. En aquellos tiempos había una gran motivación para hacer cosas .

Un saludo a mi gente, desde estas tierras escandinavas. Siempre vuelvo para estar con ellos aunque sea por un par de horas.

Nos vemos.

4 comentarios:

Bobrovnikow dijo...

Han quedado fuera de este reportaje personas muy queridas a las que les dedicaré algunas palabras en el futuro. No son pocos, así es que esperen su turno y si por error de omisión no menciono a alguno, les pido disculpas de antemano.

Bobrovnikow dijo...

Hay un inmenso letrero a la entrada de Chigüinto que dice: "WELCOME TO CHIGUINTO". No sé quien lo hizo, pero lo averiguaré.

Anónimo dijo...

el letrero lo hiciste tu y tu compadre Nestor hace 26 años atrás y lo teníamos en la casa de la Elsa. Despues, fue reproducido por Salfate e instalado allí.
Pcos años atrás, un gringo estuvo en Chiguinto y dijo en inglés "este pueblo tiene las mejores tres mejores w"
wether, wine and woman
El gringo tenía algo de razón

Bobrovnikow dijo...

Yes. I remember that. My compadre Néstor and I painted the first, but I didn't who was the second. Now I saw a third.
Well, well, well.
Hay que agregar un detalle importante a la historia del primer letrero: No habían pinceles y le corté un mechón de pelos a mi compadre y con ellos pinté las letras.